
Siempre he escrito en segunda persona, un tiempo verbal poco común. Visto en retrospectiva, es curioso que ninguno de mis profesores se preguntaran por qué lo hacía. Una de las tantas señales de mi disociación. Era mucho más fácil hablarle a ella, que hablarme a mí. Me pregunto si mi voz interior se perdió en algún momento, sobre todo cuando, siendo todavía una adolescente, me diagnosticaron con ansiedad. Fue difícil aprender a discernir cuáles de mis pensamientos eran verdaderamente míos y cuáles estaban empañados de incertidumbre.
Escribir fue mi salvación. Descubrir palabras asomándose tímidamente en el papel, atravesar cada tú con una línea de grafito para reemplazarla por un yo. Cada corrección era un gesto de regreso, un intento de reconciliación conmigo misma.
Escribir, al final, se convirtió en el único lugar donde pude volver a habitarme.
Así comencé a acumular momentos muy míos, dejé de ser tú para volver a ser yo. Escribí para mí misma hasta que esa intimidad dejó de ser suficiente. Escribí para otros que no supieron verme. Hubo quienes vieron de más. Y hay quienes todavía no descubren lo que tengo por decir.
Leave a comment